Qué importa la sordera del oído cuando la mente oye, la verdadera sordera, la incurable sordera es la de la mente
Víctor Hugo
Víctor Hugo
¿quién soy? |
Ernesto Escobedo le debe todo lo que es al silencio que se apoderó de sus oídos. Aquella nada, que de inmediato le construyó una barrera, lo hubiera confinado a las tinieblas de la exclusión, si su espíritu luchador también hubiera permanecido callado cuando por negligencia médica perdió la audición cuando apenas tenía unos meses de vida.
Pero Ernesto sólo permitió ese silencio en su vida y ni uno más. Por eso lleva 38 años luchando por él mismo y por sus iguales: la comunidad de sordos, a quienes quiere llevarles la posibilidad que él tuvo de estudiar una carrera universitaria. Quiere que los sordos mexicanos tengan, en su propio país, acceso a la educación y a la Licenciatura de Estudios de Lengua de Señas Aplicada que él tuvo que estudiar en la India. |
La cita era a las 9:15 de la mañana en la estación del metro Parque de los Venados. Llegué 15 minutos antes y esperé. Ernesto llegó puntual. Nos veríamos debajo del reloj. Lo reconocí a la distancia: sus lentes y barba característicos. Él también me reconoció, porque de inmediato me sonrió y extendió al aire su brazo para decir “hola”. Todo nuestro contacto había sido por escrito vía Facebook: era la primera vez que nos veíamos de frente.
Aunque en realidad ya lo había visto a la distancia en septiembre de 2014, durante las festividades del Día Internacional de las personas Sordas. Ya sabía que era sordo y que para poder hacer la entrevista necesitaríamos de una intérprete. Él mismo me lo dijo cuando concretamos nuestra reunión. Luz del Carmen Mejía, a quien había conocido tres meses atrás en un congreso de sordos profesionistas, sería su voz.
Nos acercamos y nos saludamos. Con los dedos de la mano dibujó el número dos y me lo mostró, yo le respondí simulando con mi mano cerca de mis ojos el clic de la cámara fotográfica: aún no llegaba el fotógrafo. Ernesto asintió y con un gesto gentil, que interpreté como un “no hay problema”, esperamos unos minutos. Le señalé mi muñeca izquierda hacía un reloj que no existía y con mis dos manos extendidas le solicite 10 minutos más.
De pronto escuché un murmullo. Y miré fijamente su rostro. Está oralizado, pensé. Su boca se movía emitiendo sonidos diminutos y quedos que fui configurando en palabras. Me dijo que había sido puntual y me preguntaba dónde vivía. Asentí y respondí tratando de pronunciar sílaba por sílaba para gesticular cada una, en un intento para que él pudiera leer mis labios; pero de inmediato traté de atar mi voz. Él me entendió y yo sólo sonreí en agradecimiento.
El tiempo pasó lento, así que saqué de mi mochila mi libreta y un lápiz para poder comunicarnos. Le pregunté por la intérprete y me dijo que la veríamos a un par de cuadras de ahí. Le dije entonces con la libreta que nos adelantáramos y que le avisaría al fotógrafo para que nos alcanzara.
Afuera, en cuestión de minutos, nos reunimos todos.
Aunque en realidad ya lo había visto a la distancia en septiembre de 2014, durante las festividades del Día Internacional de las personas Sordas. Ya sabía que era sordo y que para poder hacer la entrevista necesitaríamos de una intérprete. Él mismo me lo dijo cuando concretamos nuestra reunión. Luz del Carmen Mejía, a quien había conocido tres meses atrás en un congreso de sordos profesionistas, sería su voz.
Nos acercamos y nos saludamos. Con los dedos de la mano dibujó el número dos y me lo mostró, yo le respondí simulando con mi mano cerca de mis ojos el clic de la cámara fotográfica: aún no llegaba el fotógrafo. Ernesto asintió y con un gesto gentil, que interpreté como un “no hay problema”, esperamos unos minutos. Le señalé mi muñeca izquierda hacía un reloj que no existía y con mis dos manos extendidas le solicite 10 minutos más.
De pronto escuché un murmullo. Y miré fijamente su rostro. Está oralizado, pensé. Su boca se movía emitiendo sonidos diminutos y quedos que fui configurando en palabras. Me dijo que había sido puntual y me preguntaba dónde vivía. Asentí y respondí tratando de pronunciar sílaba por sílaba para gesticular cada una, en un intento para que él pudiera leer mis labios; pero de inmediato traté de atar mi voz. Él me entendió y yo sólo sonreí en agradecimiento.
El tiempo pasó lento, así que saqué de mi mochila mi libreta y un lápiz para poder comunicarnos. Le pregunté por la intérprete y me dijo que la veríamos a un par de cuadras de ahí. Le dije entonces con la libreta que nos adelantáramos y que le avisaría al fotógrafo para que nos alcanzara.
Afuera, en cuestión de minutos, nos reunimos todos.
Ernesto conoció el sonido. Ahora apenas es un vago recuerdo de su infancia: aquel ruido proveniente del carrusel musical que le regalaron como bienvenida al mundo; incluso se escuchó a sí mismo en aquel murmullo que provocaba su llanto cuando la melodía del carrusel estaba apagada. Su madre le contó que de recién nacido atendía los ruidos de las sonajas cuando sonaban sin parar, incluso cuando ella o su padre entraban a su habitación a verificar que él estuviera bien en su cuna, lo hacían de puntitas porque cualquier ruido lo despertaba.
Pero un día el sonido se extinguió para él y nadie se dio cuenta.
A los seis meses de su nacimiento, corría el año de 1977, se le presentó un cuadro gripal agudo e infección en la garganta, con altas fiebres, la cual bajó a su estómago y le provocó diarreas continuas durante un mes; al no ver mejoría, sus padres lo llevaron con un pediatra, quien le recetó en exceso ―tiempo después lo supieron, cuando el médico así lo aceptó―, un medicamento llamado Kanamicina (kantrex) que le provocó la sordera.
Y nadie la detectó.
Su desarrollo no se vio afectado. Al año dos meses ingresó a una guardería pública de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP); donde permaneció 12 meses realizando las actividades que marcaba el programa escolar: aprender los colores, conocer los transportes, jugar con fichas, jugar a la hora del receso, ir al comedor para las tres comidas del día.
Pero una mañana de agosto de 1979 algo cambió.
Iba iniciando el ciclo escolar. Las educadoras en una actividad pusieron a los pequeños a jugar volteados de espaldas para que obedecieran algunas órdenes, Ernesto no las atendió porque no escuchó. Se quedó parado sin moverse. Su educadora le gritó y él no respondió, hasta que lo tomó de la mano y lo ayudó a correr hacia donde se encontraba el resto de sus compañeros.
A partir de entonces la escena se repitió varias veces. Detectaron que todo lo que hacía Ernesto era por imitar a sus compañeros.
Y de pronto llegó a sus mentes una idea: Ernesto aún no intentaba siquiera balbucear alguna palabra. De inmediato todos los especialistas con los que contaba la estancia infantil lo revisaron e informaron a sus padres que tenían que llevarlo con un pediatra porque tenía un problema en el oído.
La palabra sordera aún parecía una realidad muy lejana, quizá ni siquiera les atravesó la mente.
Los padres de Ernesto visitaron al pediatra, al otorrinolaringólogo, pero fue hasta el área de Audiología del Hospital General de la Raza del IMSS donde por fin diagnosticaron un severo y duro resultado para toda la familia Escobedo Delgado: la irremediable pérdida auditiva.
Sin embargo, como le había quedado algún resto auditivo, los médicos comenzaron un largo chequeo para tener un diagnóstico más certero y poder decidir cuáles serían los primeros aparatos auditivos que usaría, los cuales, después de un largo proceso, le fueron donados por el IMSS; para entonces Ernesto ya tenía casi los cinco años de edad.
“Un niño logra aprender una lengua muy rápido casi siempre durante los primeros años de vida; por eso es importante que un problema de audición en el niño sea reconocido a edad temprana y que reciba ayuda efectiva. De no ser así, los mejores años de aprendizaje y desarrollo de la habilidad de comunicación pueden verse perdidos. Cuanto más temprano un niño empieza a aprender y a practicar una lengua tiene mayores probabilidades de aprender”, narra Ernesto en el primer capítulo de la autobiografía que ha escrito.
La noticia de su nueva condición fue de gran impacto para su familia. Primero el desconcierto, después la preocupación. A su madre, incluso, le dio una parálisis: qué iba a suceder con su hijo; no había aprendido a hablar y quizá nunca lo haría, pensaba.
Pero Ernesto aprendió a hablar.
El espasmo de la noticia pasó rápidamente. La familia de Ernesto no escatimó en recursos económicos y morales para atender al pequeño. Por eso él está convencido que con apoyo, las familias oyentes de niños sordos pueden crear en los hogares un ambiente de aceptación y respeto, donde los niños sean valorados y sus fuerzas reconocidas, para que pueden hacer amigos y aprender.
Así, Ernesto de inmediato se hizo del apodo Terremotito por su ímpetu de aprendizaje. Y la escuela se convirtió en el sitio donde más tiempo pasó.
Después de la guardería, durante un año, sus padres lo llevaron al Instituto Mexicano de Audición y Lenguaje (IMAL) para darle atención en terapia de lenguaje, la cual impartía un modelo de enseñanza llamado Método Oral, cuyo principio tenía como fin enseñar a hablar a las personas sordas por medio de la lectura labial, labio-facial y sensorial, palabra complementada (cued speech), apoyados por terapias especiales en escuelas como la Escuela Eduardo Huet, Orientación Infantil Rehabilitación Audiológica (OIRA), Instituto Pedagógico para Problemas del Lenguaje (IPPLIAP), Instituto Nacional de Comunicación Humana (INCH).
Este método consiste en tres posiciones de la mano para las vocales (lado /a/, barbilla /e, o/ y garganta /i, u/) y ocho figuras de la mano para las consonantes. Es un sistema fonético basado en el contraste visual de los fonemas.
Ernesto empezó a aprender palabras aisladas: “agua”, “casa”, “silla”, “mesa”. El padre de Ernesto, por su parte, durante las noches, valiéndose de un papel cartoncillo dibujaba las palabras que le enseñaron en clase junto con la ilustración de lo que significaba.
Su primera palabra fue “agua”, aunque en realidad sonó como “aba”. Y su padre, entre risas, bromeó con el logro: “Qué caro nos ha salido esta palabra”.
La inversión en la educación de Ernesto había implicado muchos gastos.
Después de IMAL inscribieron a Ernesto, ya con cuatro años de edad, en la escuela Eduardo Huet porque ahí había maestras provenientes de de Chile, Argentina, Venezuela y Colombia porque consideraban que en México había mejor enseñanza en el campo de la audición que en el resto de los países de Latinoamérica. A la par, ya con seis años, lo inscribieron en una escuela oficial con niños oyentes, pues la Eduardo Huet era una escuela especial para niños sordos que sólo manejaba el plan escolar de primaria hasta cuarto año y no obtendría su certificado de primaria. Lo que implicaba que no podría seguir estudiando.
La escuela Eduardo Huet es de gran importancia en la educación de las personas sordas en México. Primero fue la Escuela Municipal de Sordomudos (1866), dirigida por el francés Eduardo Adolfo Huet Merlo, quien consiguió el apoyo del gobierno imperial de Maximiliano, luego de gestionar personalmente los primeros apoyos para crear la escuela. Después se convirtió en la Escuela Nacional de Sordomudos (1867) a través de un decreto promulgado por Benito Juárez. Fue la primera experiencia educativa que contó con recursos del Estado.
Así, Ernesto comenzó a dedicar todo su día a la escuela y al estudio; por las mañanas iba a la escuela Eduardo Huet y por las tardes a una escuela regular, mientras que por las noches recibía clases particulares, y los sábados una profesora chilena le daba terapia para oralizarlo.
Ernesto pudo comunicarse eficazmente con sus compañeros y profesores, como ya lo hacía con sus padres y su hermana Arlette (quien es menor que él): con ellos usaba el método oral y señas caseras; es decir, inventadas por ellos mismos, aún sin tener el conocimiento de la Lengua de Señas Mexicana. Sin embargo, también pasó dificultades, porque le resultaba difícil leer los labios todo el tiempo; había veces que le hablaban dándole la espalda. Eso no lo frenó y creó su método para aprender y comunicarse: observaba e imitaba acciones, aunque no fue suficiente porque no lograba comprender, interactuar, socializar, dialogar o cuestionar.
“Las personas en general pueden interactuar con otros porque han aprendido un lenguaje que los comunica, pero para un niño sordo es muy complicado aprender una lengua que él no escucha. Esto significa que muchos niños crecen sin poder aprender o utilizar una lengua que les permita interactuar con quienes los rodean. Todo ser humano tiene una fuerte necesidad de comunicarse con los demás y así construir relaciones”, narra Ernesto en una reflexión en su autobiografía.
De la escuela Eduardo Huet, lo cambiaron a la coordinación de Grupos Integrados Específicos para Hipoacúsicos (GIEH), donde fue asignado a la escuela primaria Estado de Israel, ubicada en la colonia Jardín Balbuena, para cursar el sexto grado. En esta institución se usaba principalmente el método oral, pero ahí se enfrentó por vez primera a lo que cambiaría su vida.
Hablar con las manos; oír con los ojosSus ojos se llenaron de brillo, la luminiscencia de la inocencia, de la curiosidad pura ante algo nuevo e intrigante. Ernesto miró por vez primera la comunicación a través de los movimientos de las manos que formaban figuras, palabras, conversaciones.
Era la Lengua de Señas Mexicana (LSM).
Los niños de su edad, once años, signaban, usaban la lengua de señas. Él estaba acostumbrado a estar con oyentes y a comunicarse con la lengua de ellos. De inmediato quiso aprender. Su madre se opuso: “oye no, yo he estado pagando terapias muy caras para que tú ahora quieras usar señas, es importante que oralices”, sentenció.
Y quizá fue la primera vez que Ernesto desobedeció.
Empezó a aprenderla. Le costó mucho trabajo. Al inicio tuvo que esconderse para practicar las señas. Cuando su madre no lo veía, trataba de deletrear los rótulos, los anuncios que encontraba generalmente dentro del auto camino a casa. Sin embargo, al pasar el tiempo, su madre se dio cuenta que gracias a la LSM Ernesto lograba una mejor comunicación con sus compañeros; fue entonces que le permitió usarlo abiertamente y se interesó por aprender.
“Como niño sordo me enfrenté a frustraciones escolares, por eso es preferible una educación paralela Español y LSM, que elevará la calidad de educación de los niños sordos. Y de esta manera se fortalecería el respeto a su cultura y a la lengua natural de la Comunidad Sorda. No se trata de estar en contra de la oralización, pero sí de que las escuelas oficiales para personas con alguna discapacidad no hagan a un lado la Lengua de Señas para únicamente enseñar la lengua oral. Es básico que haya una educación bilingüe, donde se enseñe la Lengua de Señas como lengua materna y después el Español, para que puedan comunicarse con su comunidad, y logren leer y escribir en Español”, continua Ernesto relatando en sus memorias.
Para una persona sorda su lengua es la Lengua de Señas. Es un derecho humano, porque la sordera no es una enfermedad, sino una condición de vida.
Por eso cuando llegó a la secundaria, a Ernesto ya le gustaba muchísimo comunicarse con la lengua de señas, aunque todavía no conocía mucho vocabulario. De nuevo no se detuvo. Viajó a Estados Unidos, con sólo 17 años de edad, para ingresar a una secundaria para aprender inglés y la Lengua de Señas Americana. Y descubrió nuevos retos.
Ernesto aprendió la importancia de la lengua de señas para las personas sordas desde su primer acercamiento. Comprendió que era un sistema lingüístico viso-gestual cuya estructura gramatical es independiente a la del español hablado en México. La LSM permite el desarrollo lingüístico, social e intelectual porque se utiliza como una herramienta de comunicación; facilita el acceso de los sordos al conocimiento científico y la producción cultural, además de fomentar la integración del grupo social al que pertenecen.
Por eso, comenzó una lucha para que se garantice la enseñanza de esta lengua y se lleve a cabo preferentemente por profesores o instructores sordos, ya que eso permitiría una mayor riqueza cultural al momento de interactuar con los estudiantes sordos en apego a la cultura sorda de México.
Ernesto tiene claro que la comunidad sorda del país busca que los educadores y las partes interesadas tengan más información sobre la LSM. Incluso distintas instituciones, como clínicas y escuelas, han exigido la presencia de profesionales sordos capacitados, enfatizando que sólo ellos pueden preservar y compartir aspectos culturales de su propia lengua. Por tal razón, el reconocimiento oficial de la LSM como un idioma destaca la necesidad de garantizar la presencia de distintos profesionales, en espacios de la administración pública, con esta capacidad lingüística.
“Es urgente que la formación del docente-instructor sordo, así como de los intérpretes en LSM esté regulada de manera oficial. El reconocimiento legal de estas profesiones implica mayor calidad y ética en el servicio. Esto permitirá la inclusión de profesionales de la educación de sordos para la enseñanza de la LSM en escuelas donde haya estudiantes sordos; de igual manera permitiría la presencia de intérpretes profesionales en aquellos servicios y espacios públicos frecuentados por personas sordas”, describe Ernesto en el proyecto “La Inclusión Obligatoria de la Lengua de Señas Mexicana en la educación básica” que elaboró y que tiene el objetivo de introducir en la Ley de Bases de la Secretaría de Educación Pública un dispositivo de inclusión social de las personas con discapacidad auditiva.
El registro de la existencia de la Lengua de Señas Mexicana data desde 1869 y deriva de la lengua de signos francés que se fueron adaptando, por eso hay variaciones en las señas que dependen de los grupos de edad, de las personas y sus contextos. Sin embargo, dentro de la diversidad lingüística, existen señas utilizadas como convención por la mayoría de la comunidad sorda a lo largo del país.
La Lengua de Señas Mexicana tiene 2 100 señas actualmente.
A pesar de la importancia de la lengua de señas como el medio de comunicación eficaz para las personas sordas, fue hasta el 10 de junio de 2005 cuando se reconoció en la Ley General de las Personas con Discapacidad a la LSM como una lengua nacional y como patrimonio lingüístico de la nación.
Desde entonces cada 10 de junio se conmemora el Día Nacional de la Lengua de Señas Mexicana. Esta conmemoración representa parte de la lucha por el reconocimiento del medio de comunicación y expresión de las personas con discapacidad auditiva. Sin embargo, la comunidad tiene muchas metas más por cumplir. Desde el incremento de políticas públicas de inclusión en espacios públicos, educativos y culturales, hasta intérpretes capacitados profesionalmente, porque la LSM no es simplemente gestos mímicos y sueltos, es una lengua con su propia estructura gramatical y niveles lingüísticos.
_____
Antes de instalarnos en un pequeño anfiteatro del Parque de los Venados para iniciar la entrevista, Ernesto se encontró con un grupo de tres hombres sordos con los que mantuvo una breve charla. Todos se comunicaron con sus manos y sonrieron por el encuentro. Luz del Carmen nos explicó rápidamente lo que se decían: el gran gusto de verse y de las actividades en las que se encontrarían.
Después de un par de fotografías, Ernesto se preparó. Sacó de su mochila un folder con varios documentos y los extendió. Era toda la información que quería compartirme, y que la mayoría me había enviado por correo electrónico; no quería olvidar ni un solo detalle.
Por eso, entre cada pregunta se tomaba su tiempo, recurría a sus documentos o Luz replanteaba la pregunta, consultándome si lo que le diría era una forma distinta de lo que quería preguntar. La dinámica fue sencilla: yo lanzaba la pregunta, Luz la escuchaba y comenzaba a signarla, Ernesto respondía apenas la primera seña y Luz comenzaba a interpretar.
Pero un día el sonido se extinguió para él y nadie se dio cuenta.
A los seis meses de su nacimiento, corría el año de 1977, se le presentó un cuadro gripal agudo e infección en la garganta, con altas fiebres, la cual bajó a su estómago y le provocó diarreas continuas durante un mes; al no ver mejoría, sus padres lo llevaron con un pediatra, quien le recetó en exceso ―tiempo después lo supieron, cuando el médico así lo aceptó―, un medicamento llamado Kanamicina (kantrex) que le provocó la sordera.
Y nadie la detectó.
Su desarrollo no se vio afectado. Al año dos meses ingresó a una guardería pública de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP); donde permaneció 12 meses realizando las actividades que marcaba el programa escolar: aprender los colores, conocer los transportes, jugar con fichas, jugar a la hora del receso, ir al comedor para las tres comidas del día.
Pero una mañana de agosto de 1979 algo cambió.
Iba iniciando el ciclo escolar. Las educadoras en una actividad pusieron a los pequeños a jugar volteados de espaldas para que obedecieran algunas órdenes, Ernesto no las atendió porque no escuchó. Se quedó parado sin moverse. Su educadora le gritó y él no respondió, hasta que lo tomó de la mano y lo ayudó a correr hacia donde se encontraba el resto de sus compañeros.
A partir de entonces la escena se repitió varias veces. Detectaron que todo lo que hacía Ernesto era por imitar a sus compañeros.
Y de pronto llegó a sus mentes una idea: Ernesto aún no intentaba siquiera balbucear alguna palabra. De inmediato todos los especialistas con los que contaba la estancia infantil lo revisaron e informaron a sus padres que tenían que llevarlo con un pediatra porque tenía un problema en el oído.
La palabra sordera aún parecía una realidad muy lejana, quizá ni siquiera les atravesó la mente.
Los padres de Ernesto visitaron al pediatra, al otorrinolaringólogo, pero fue hasta el área de Audiología del Hospital General de la Raza del IMSS donde por fin diagnosticaron un severo y duro resultado para toda la familia Escobedo Delgado: la irremediable pérdida auditiva.
Sin embargo, como le había quedado algún resto auditivo, los médicos comenzaron un largo chequeo para tener un diagnóstico más certero y poder decidir cuáles serían los primeros aparatos auditivos que usaría, los cuales, después de un largo proceso, le fueron donados por el IMSS; para entonces Ernesto ya tenía casi los cinco años de edad.
“Un niño logra aprender una lengua muy rápido casi siempre durante los primeros años de vida; por eso es importante que un problema de audición en el niño sea reconocido a edad temprana y que reciba ayuda efectiva. De no ser así, los mejores años de aprendizaje y desarrollo de la habilidad de comunicación pueden verse perdidos. Cuanto más temprano un niño empieza a aprender y a practicar una lengua tiene mayores probabilidades de aprender”, narra Ernesto en el primer capítulo de la autobiografía que ha escrito.
La noticia de su nueva condición fue de gran impacto para su familia. Primero el desconcierto, después la preocupación. A su madre, incluso, le dio una parálisis: qué iba a suceder con su hijo; no había aprendido a hablar y quizá nunca lo haría, pensaba.
Pero Ernesto aprendió a hablar.
El espasmo de la noticia pasó rápidamente. La familia de Ernesto no escatimó en recursos económicos y morales para atender al pequeño. Por eso él está convencido que con apoyo, las familias oyentes de niños sordos pueden crear en los hogares un ambiente de aceptación y respeto, donde los niños sean valorados y sus fuerzas reconocidas, para que pueden hacer amigos y aprender.
Así, Ernesto de inmediato se hizo del apodo Terremotito por su ímpetu de aprendizaje. Y la escuela se convirtió en el sitio donde más tiempo pasó.
Después de la guardería, durante un año, sus padres lo llevaron al Instituto Mexicano de Audición y Lenguaje (IMAL) para darle atención en terapia de lenguaje, la cual impartía un modelo de enseñanza llamado Método Oral, cuyo principio tenía como fin enseñar a hablar a las personas sordas por medio de la lectura labial, labio-facial y sensorial, palabra complementada (cued speech), apoyados por terapias especiales en escuelas como la Escuela Eduardo Huet, Orientación Infantil Rehabilitación Audiológica (OIRA), Instituto Pedagógico para Problemas del Lenguaje (IPPLIAP), Instituto Nacional de Comunicación Humana (INCH).
Este método consiste en tres posiciones de la mano para las vocales (lado /a/, barbilla /e, o/ y garganta /i, u/) y ocho figuras de la mano para las consonantes. Es un sistema fonético basado en el contraste visual de los fonemas.
Ernesto empezó a aprender palabras aisladas: “agua”, “casa”, “silla”, “mesa”. El padre de Ernesto, por su parte, durante las noches, valiéndose de un papel cartoncillo dibujaba las palabras que le enseñaron en clase junto con la ilustración de lo que significaba.
Su primera palabra fue “agua”, aunque en realidad sonó como “aba”. Y su padre, entre risas, bromeó con el logro: “Qué caro nos ha salido esta palabra”.
La inversión en la educación de Ernesto había implicado muchos gastos.
Después de IMAL inscribieron a Ernesto, ya con cuatro años de edad, en la escuela Eduardo Huet porque ahí había maestras provenientes de de Chile, Argentina, Venezuela y Colombia porque consideraban que en México había mejor enseñanza en el campo de la audición que en el resto de los países de Latinoamérica. A la par, ya con seis años, lo inscribieron en una escuela oficial con niños oyentes, pues la Eduardo Huet era una escuela especial para niños sordos que sólo manejaba el plan escolar de primaria hasta cuarto año y no obtendría su certificado de primaria. Lo que implicaba que no podría seguir estudiando.
La escuela Eduardo Huet es de gran importancia en la educación de las personas sordas en México. Primero fue la Escuela Municipal de Sordomudos (1866), dirigida por el francés Eduardo Adolfo Huet Merlo, quien consiguió el apoyo del gobierno imperial de Maximiliano, luego de gestionar personalmente los primeros apoyos para crear la escuela. Después se convirtió en la Escuela Nacional de Sordomudos (1867) a través de un decreto promulgado por Benito Juárez. Fue la primera experiencia educativa que contó con recursos del Estado.
Así, Ernesto comenzó a dedicar todo su día a la escuela y al estudio; por las mañanas iba a la escuela Eduardo Huet y por las tardes a una escuela regular, mientras que por las noches recibía clases particulares, y los sábados una profesora chilena le daba terapia para oralizarlo.
Ernesto pudo comunicarse eficazmente con sus compañeros y profesores, como ya lo hacía con sus padres y su hermana Arlette (quien es menor que él): con ellos usaba el método oral y señas caseras; es decir, inventadas por ellos mismos, aún sin tener el conocimiento de la Lengua de Señas Mexicana. Sin embargo, también pasó dificultades, porque le resultaba difícil leer los labios todo el tiempo; había veces que le hablaban dándole la espalda. Eso no lo frenó y creó su método para aprender y comunicarse: observaba e imitaba acciones, aunque no fue suficiente porque no lograba comprender, interactuar, socializar, dialogar o cuestionar.
“Las personas en general pueden interactuar con otros porque han aprendido un lenguaje que los comunica, pero para un niño sordo es muy complicado aprender una lengua que él no escucha. Esto significa que muchos niños crecen sin poder aprender o utilizar una lengua que les permita interactuar con quienes los rodean. Todo ser humano tiene una fuerte necesidad de comunicarse con los demás y así construir relaciones”, narra Ernesto en una reflexión en su autobiografía.
De la escuela Eduardo Huet, lo cambiaron a la coordinación de Grupos Integrados Específicos para Hipoacúsicos (GIEH), donde fue asignado a la escuela primaria Estado de Israel, ubicada en la colonia Jardín Balbuena, para cursar el sexto grado. En esta institución se usaba principalmente el método oral, pero ahí se enfrentó por vez primera a lo que cambiaría su vida.
Hablar con las manos; oír con los ojosSus ojos se llenaron de brillo, la luminiscencia de la inocencia, de la curiosidad pura ante algo nuevo e intrigante. Ernesto miró por vez primera la comunicación a través de los movimientos de las manos que formaban figuras, palabras, conversaciones.
Era la Lengua de Señas Mexicana (LSM).
Los niños de su edad, once años, signaban, usaban la lengua de señas. Él estaba acostumbrado a estar con oyentes y a comunicarse con la lengua de ellos. De inmediato quiso aprender. Su madre se opuso: “oye no, yo he estado pagando terapias muy caras para que tú ahora quieras usar señas, es importante que oralices”, sentenció.
Y quizá fue la primera vez que Ernesto desobedeció.
Empezó a aprenderla. Le costó mucho trabajo. Al inicio tuvo que esconderse para practicar las señas. Cuando su madre no lo veía, trataba de deletrear los rótulos, los anuncios que encontraba generalmente dentro del auto camino a casa. Sin embargo, al pasar el tiempo, su madre se dio cuenta que gracias a la LSM Ernesto lograba una mejor comunicación con sus compañeros; fue entonces que le permitió usarlo abiertamente y se interesó por aprender.
“Como niño sordo me enfrenté a frustraciones escolares, por eso es preferible una educación paralela Español y LSM, que elevará la calidad de educación de los niños sordos. Y de esta manera se fortalecería el respeto a su cultura y a la lengua natural de la Comunidad Sorda. No se trata de estar en contra de la oralización, pero sí de que las escuelas oficiales para personas con alguna discapacidad no hagan a un lado la Lengua de Señas para únicamente enseñar la lengua oral. Es básico que haya una educación bilingüe, donde se enseñe la Lengua de Señas como lengua materna y después el Español, para que puedan comunicarse con su comunidad, y logren leer y escribir en Español”, continua Ernesto relatando en sus memorias.
Para una persona sorda su lengua es la Lengua de Señas. Es un derecho humano, porque la sordera no es una enfermedad, sino una condición de vida.
Por eso cuando llegó a la secundaria, a Ernesto ya le gustaba muchísimo comunicarse con la lengua de señas, aunque todavía no conocía mucho vocabulario. De nuevo no se detuvo. Viajó a Estados Unidos, con sólo 17 años de edad, para ingresar a una secundaria para aprender inglés y la Lengua de Señas Americana. Y descubrió nuevos retos.
Ernesto aprendió la importancia de la lengua de señas para las personas sordas desde su primer acercamiento. Comprendió que era un sistema lingüístico viso-gestual cuya estructura gramatical es independiente a la del español hablado en México. La LSM permite el desarrollo lingüístico, social e intelectual porque se utiliza como una herramienta de comunicación; facilita el acceso de los sordos al conocimiento científico y la producción cultural, además de fomentar la integración del grupo social al que pertenecen.
Por eso, comenzó una lucha para que se garantice la enseñanza de esta lengua y se lleve a cabo preferentemente por profesores o instructores sordos, ya que eso permitiría una mayor riqueza cultural al momento de interactuar con los estudiantes sordos en apego a la cultura sorda de México.
Ernesto tiene claro que la comunidad sorda del país busca que los educadores y las partes interesadas tengan más información sobre la LSM. Incluso distintas instituciones, como clínicas y escuelas, han exigido la presencia de profesionales sordos capacitados, enfatizando que sólo ellos pueden preservar y compartir aspectos culturales de su propia lengua. Por tal razón, el reconocimiento oficial de la LSM como un idioma destaca la necesidad de garantizar la presencia de distintos profesionales, en espacios de la administración pública, con esta capacidad lingüística.
“Es urgente que la formación del docente-instructor sordo, así como de los intérpretes en LSM esté regulada de manera oficial. El reconocimiento legal de estas profesiones implica mayor calidad y ética en el servicio. Esto permitirá la inclusión de profesionales de la educación de sordos para la enseñanza de la LSM en escuelas donde haya estudiantes sordos; de igual manera permitiría la presencia de intérpretes profesionales en aquellos servicios y espacios públicos frecuentados por personas sordas”, describe Ernesto en el proyecto “La Inclusión Obligatoria de la Lengua de Señas Mexicana en la educación básica” que elaboró y que tiene el objetivo de introducir en la Ley de Bases de la Secretaría de Educación Pública un dispositivo de inclusión social de las personas con discapacidad auditiva.
El registro de la existencia de la Lengua de Señas Mexicana data desde 1869 y deriva de la lengua de signos francés que se fueron adaptando, por eso hay variaciones en las señas que dependen de los grupos de edad, de las personas y sus contextos. Sin embargo, dentro de la diversidad lingüística, existen señas utilizadas como convención por la mayoría de la comunidad sorda a lo largo del país.
La Lengua de Señas Mexicana tiene 2 100 señas actualmente.
A pesar de la importancia de la lengua de señas como el medio de comunicación eficaz para las personas sordas, fue hasta el 10 de junio de 2005 cuando se reconoció en la Ley General de las Personas con Discapacidad a la LSM como una lengua nacional y como patrimonio lingüístico de la nación.
Desde entonces cada 10 de junio se conmemora el Día Nacional de la Lengua de Señas Mexicana. Esta conmemoración representa parte de la lucha por el reconocimiento del medio de comunicación y expresión de las personas con discapacidad auditiva. Sin embargo, la comunidad tiene muchas metas más por cumplir. Desde el incremento de políticas públicas de inclusión en espacios públicos, educativos y culturales, hasta intérpretes capacitados profesionalmente, porque la LSM no es simplemente gestos mímicos y sueltos, es una lengua con su propia estructura gramatical y niveles lingüísticos.
_____
Antes de instalarnos en un pequeño anfiteatro del Parque de los Venados para iniciar la entrevista, Ernesto se encontró con un grupo de tres hombres sordos con los que mantuvo una breve charla. Todos se comunicaron con sus manos y sonrieron por el encuentro. Luz del Carmen nos explicó rápidamente lo que se decían: el gran gusto de verse y de las actividades en las que se encontrarían.
Después de un par de fotografías, Ernesto se preparó. Sacó de su mochila un folder con varios documentos y los extendió. Era toda la información que quería compartirme, y que la mayoría me había enviado por correo electrónico; no quería olvidar ni un solo detalle.
Por eso, entre cada pregunta se tomaba su tiempo, recurría a sus documentos o Luz replanteaba la pregunta, consultándome si lo que le diría era una forma distinta de lo que quería preguntar. La dinámica fue sencilla: yo lanzaba la pregunta, Luz la escuchaba y comenzaba a signarla, Ernesto respondía apenas la primera seña y Luz comenzaba a interpretar.
Luz del Carmen Mejía y Ernesto Escobedo en entrevista.
Muchas veces me concentré en sus gestos y movimientos, tratando de escuchar el silencio, más que las palabras que Luz producía. Fue difícil y no lo logré, pero sí pude sentir la voz de Ernesto. Todo el tiempo lo miré, mientras signaba, para que la voz de Luz fuera el susurro que se escapaba entre mis oídos.
―¿Cómo aprendes otros idiomas o lenguas de señas? ―le pregunto a Ernesto, mirando a Luz del Carmen, primero, y después a él. Ella de inmediato traduce mi cuestionamiento con señas; él la mira con atención y comienza a construir las palabras con sus manos, usando también la boca para que nos sea del todo clara la respuesta.
―Primero, mi fortaleza es la Lengua de Señas Mexicana ―escucho la voz de Luz, quien traduce con rapidez; sus oraciones tienen diferentes tonalidades, casi idénticas a los gestos de Ernesto―, después el español, después el inglés, después la Lengua de Señas Americana, y así he convivido con otros sordos de Latinoamérica, he ido a congresos y reuniones y entonces ahí es donde voy aprendiendo de sus señas. También he tenido formación en la lengua de señas internacional. He ido a cursos a Japón, Argentina, pero cada que encuentro capacitación en algún lugar voy para aprender. Yo sé 12 idiomas, 10 en señas y los otros dos en lenguas orales, el inglés y el español.
―¿Existen muchas diferencias entre una y otra lengua? ―Ernesto de inmediato asiente y comienza a signar su respuesta.
―Por ejemplo, cuando fui a Japón (al tomar el curso de Formación del Liderazgo de las Personas Sordas), recuerdo que cometí muchos errores, porque las señas eran distintas; entonces lo que hacía era preguntar, pedía las señas. Otro ejemplo es la lengua de señas de la India, ahí viví dos años, y la forma en que ellos hablan de política, de su religión, de la historia de su país es diferente, la forma en que decían Gandhi era distinta a la de nuestra lengua ―dice Ernesto y dibuja las dos señas, como era la mexicana y la hindú―. Entonces al aprender de la convivencia, preguntando, investigando. Las señas se adquieren porque es imposible que vayas aprendiendo por niveles como lo haces con otros idiomas.
Para aprender la lengua de señas en India le sirvió acudir frecuentemente a un café de sordos en Nepal.
La historia sobre sus estudios en India se remonta al año 2008, cuando Ernesto asistió a la tercera Conferencia Internacional Anual de investigación lingüística y de cooperación internacional en la lingüística de la lengua de señas, que contó con la asistencia de usuarios de lengua de señas de todo el mundo y que se celebró en la University of Central Lancashire en Preston, Reino Unido. Él acudió con la finalidad de presentar una propuesta sobre la Lengua de Señas Chicana (Maya) y así elaboró el primer diccionario de esa lengua.
En 2005, Ernesto fue a Yucatán a investigar el pueblo de Chicán, ubicado en el municipio de Tixméhuac, que tiene su propia lengua de señas, totalmente diferente a la mexicana. Aunque se apasionó, se dio cuenta que le hacían falta recursos y que, tristemente, en México no los iba a encontrar para poder viajar y realizar una investigación profunda.
¿Qué hago?, se dijo y comenzó a investigar y descubrió que en Inglaterra sí encontraría el apoyo necesario. Así, hizo todo lo posible por asistir a la conferencia donde se encontró con muchos sordos, profesionistas de todos los ramos: lingüistas, médicos.
―¡Había académicos sordos! Aquí en México no tenemos académicos sordos, no tenemos buen nivel educativo para los sordos ―interpreta Luz del Carmen la emoción y consternación que Ernesto escupe con sus manos.
Ernesto recuerda que desde 1960 o 1970, personas de Estados Unidos habían venido a México a investigar aquella comunidad de Yucatán; atravesaron la jungla para llegar al poblado donde todos usaban la lengua de señas, incluidos los oyentes. Nadie habla ni escucha. Una comunidad en el que la convivencia entre sordos y oyentes es mucha. Pero a los nativos no les gustó el arribo de los extraños, les preguntaban qué iban a hacer con ellos y les pedían que se regresaran. Los echaron del lugar y aquel grupo ya no pudo investigar a profundidad ni documentar la vida de ese grupo maya, lo poco que pudieron indagar lo enviaron a Gallaudet, la única universidad para sordos que hay en el mundo y que se encuentra en Washington D.C., Estados Unidos.
En aquella población vivían 18 sordos, uno murió y quedaron 17; en total son entre 600 o 700, pero el porcentaje entre sordos y oyentes que conocían esta lengua era del 40%, recuerda Ernesto.
A partir de entonces vinieron a investigar de distintos países Estados Unidos, Francia, Canadá. Y al conocer esto, Ernesto también se trasladó al lugar para conocerlo y hacer su propia investigación. Aquel día, la emoción y los nervios lo ataladraron.
―Era muy diferente la lengua, así que me dije: olvídate un momento de la lengua de señas, cámbiate el chip y empieza a aprender esta lengua de señas y entonces la fui adquiriendo. Me llevaron con los sordos, era como mímica. Iban compartiendo, yo les enseñaba la mexicana y ellos la suya. Seguí documentando y entonces dije: yo quiero apoyar este proyecto. Entonces cuando fui a Inglaterra y presentó la investigación de la Lengua de Señas Chicana ―me cuenta reviviendo la experiencia.
También menciona que el caso de la comunidad maya es similar a casos de comunidades con un propio sistema de lengua de señas en Ghana, Turquía, India. Así empezaron a descubrir que había comunidades en lugares no accesibles, por las montañas; no es una lengua de señas natural, es una lengua de señas local.
Desde entonces trabaja en el Comité para el proyecto de la UNESCO sobre las lenguas de señas en peligro de extinción, en un grupo de investigadores dirigido por ISLanDS (Instituto Internacional de Lengua de Señas y Estudios de Sordos) que trabaja en la primera inclusión de la lengua de señas en el Atlas de la UNESCO de las Lenguas del Mundo en Peligro.
_____
De pronto hacemos una breve pausa en la entrevista. Ernesto nos ha pedido unos segundos. Saca de su mochila una botella de agua que le extiende a Luz. Seguro se le ha secado la garganta en casi una hora que no ha parado de hablar. Mientras ella bebe, él lee algunos documentos. Veo que Ernesto es muy dedicado y quiere ser lo más preciso posible. Los nervios han desaparecido.
―Tú piensa, yo me hidrato ―dice Luz con la voz y con las manos. Los tres reímos.
En esos minutos aprovecho para cuestionar a Luz sobre su actividad. Ella aprendió la lengua con la convivencia con la comunidad de sordos. Le llamaba la atención desde pequeña, porque sus abuelos tenían amigos sordos, y ella convivía con ellos. Veía a la intérprete del noticiario de Lolita Ayala y quería ser como ella. Hizo de tesis una propuesta para la comunidad, pero por ser socorrista no se la aceptaron, así que por otros medios elaboró otros proyectos, que incluso la llevaron a convertirse en intérprete en misas.
―La discapacidad está en nosotros, que nos paniqueamos, porque ellos como puedan y como sea se dan a entender ―me dice segura y gustosa.
A la par de nuestra conversación observo a Ernesto. Todo el tiempo está al pendiente de que nuestra comunicación sea clara y eficiente. Así lo veré un par de semanas después que nos encontremos en el coloquio de conferencias con ponentes de toda la república y que él organizó con apoyo del Instituto para la Integración al Desarrollo de las Personas con Discapacidad en el DF (INDEPEDI), en el marco de la celebración del Día Nacional de la Lengua de Señas Mexicana. Todo el tiempo en movimiento para que todos, sordos y oyentes, entendieran los mensajes, los pendientes que la comunidad solicita.
Y enseguida retomamos la charla.
En aquella conferencia en Reino Unido, la ponencia de una mujer hindú le resultó sumamente interesante. Su siguiente objetivo apareció de inmediato: tenía que ir a la India. Allá impartían la licenciatura de Estudios de Lengua de Señas Aplicada y él quería estudiarla.
Después de indagar los costos, ya que su familia no contaba con los recursos financieros, Ernesto descubrió que no era muy caro y se lanzó a la aventura. Estudió dos años, de 2011 a 2013, en Nepal, una ciudad con muchos sordos, no sólo por los que son originarios del lugar, también provienen de China, Burundi, Uganda, Norteamérica, de todo el mundo, para compartir y aprender.
―Conocí a un maestro que se llamaba Mike Morgan, era oyente, pero era muy bueno, sabía 68 idiomas, había viajado por todo el mundo, le encanta Asia, entonces iba y aprendía del lenguaje, iba a las cafeterías, iba adquiriendo diferentes lenguas ―me cuentan alegres Ernesto y Luz.
―¿Tenías profesores oyentes y sordos, entonces?
―Sí, claro, había de los dos, pero todos comunicándose en lengua de señas. Tenía un maestro bastante viejito que hizo un doctorado en Gallaudet, iba y venía, era un maestro muy importante. Había sordos con maestría, con doctorado, varios estudiaban en Gallaudet y se regresaban a la India para seguir dando clases, yo era el único mexicano en la India en ese entonces. Me superé bastante. Aquí en México aprobaron la LSM ―Ernesto frunce el rostro―, pero no hay inclusión, no hay educación inclusiva. La necesitan para que puedan adquirir los conocimientos, en las escuelas normales no entienden, los maestros no saben lengua de señas y los niños reprueban y se deprimen.
En los deportes, los museos, pasa lo mismo, no hay inclusión. Porque la educación para nosotros es diferente, yo soy un sordo, hace falta conocer más de mi identidad como sordo. Yo me fui fortaleciendo y sintiendo orgulloso de mi cultura como sordo.
―Entonces, la educación es el principal pendiente.
―Educación, eso es lo más importante para nosotros. Hacen falta intérpretes. Que capaciten a los intérpretes porque a veces no son profesionales. Hacen falta buenos cursos de lengua de señas, debería haber cursos en las delegaciones. También los sordos necesitamos trabajo. La verdad es que es muy difícil conseguir un trabajo, muchas veces nada más terminamos la primaria, a veces la secundaria. Lo importante aquí es romper la barrera de la comunicación.
_____
Cuando Ernesto terminó de estudiar la licenciatura el Instituto Internacional de Lengua de Señas y Estudios Sordos (ISLanDS) localizado en Nueva Delhi, India, pero que está adscrito a la University of Central Lancashire (UCLAN), en el Reino Unido, se sintió comprometido con su comunidad. Fue todo un reto porque tuvo que estar al mismo nivel educativo que los oyentes, por eso pensó en hacer un proyecto para la creación de la Licenciatura en Estudios de Lengua de Señas Aplicada en las universidades públicas y privadas del país.
Su visión era clara:
―Una licenciatura nos abre las puertas, debemos quitarnos ese estigma negativo. Yo soy sordo, pero puedo trabajar en cualquier posición, no tengo ningún problema que me lo impida ―me dice.
Al regresar de la India tenía un panorama más amplio: Estados Unidos y Canadá van más avanzados en la inclusión; en América Latina, Brasil ya que cuenta con la ley LIBRAS (Lengua de Señas Brasileña) y es reconocida en la constitución. Por eso pensó en crear la licenciatura, porque quiere estandarizar los niveles del aprendizaje de la lengua de señas en México, porque las personas sordas tienen muchas dificultades para incluirse en los sistemas educativos regulares, me cuenta Ernesto y agrega que, por lo general, los jóvenes sordos carecen de un nivel adecuado en el manejo de la lectura y escritura del español, y tampoco poseen el nivel suficiente en Lengua de Señas para acceder a la educación superior.
“No existe a nivel nacional alguna universidad que cuente con instrucción a nivel superior para personas sordas, persistiendo las barreras de comunicación, la carencia de estrategias visuales, la falta de opciones en Lengua de Señas, las limitaciones para contar con intérpretes, el desconocimiento de la pedagogía adecuada y la falta de conocimiento de la Cultura Sorda”, asevera Ernesto en la propuesta de proyecto que ya ha entregado a la UNAM y a la UACM.
Y reitera una premisa: la LSM debe ser a principal competencia de las personas sordas, por eso la importancia de profesionalizarla en un nivel superior, y la enseñanza y manejo del español escrito como segunda lengua.
―Hay sordos que a veces no saben leer. Incluso los oyentes. Por eso la formación profesional de intérpretes de LSM por instituciones de nivel superior es la clave para que la comunidad de intérpretes pueda crecer significativamente y cubrir las necesidades de comunicación de las personas sordas ―expresa a la par que oraliza el mensaje para que yo pueda entenderlo tal cual lo está diciendo.
Por eso, Ernesto solicitó apoyo al instituto en el que estudió, el cual se mostró con toda la disposición e interés en establecer proyectos de colaboración con universidades mexicanas interesadas en desarrollar este tipo de estudios en beneficio de la población sorda.
―¿Cómo aprendes otros idiomas o lenguas de señas? ―le pregunto a Ernesto, mirando a Luz del Carmen, primero, y después a él. Ella de inmediato traduce mi cuestionamiento con señas; él la mira con atención y comienza a construir las palabras con sus manos, usando también la boca para que nos sea del todo clara la respuesta.
―Primero, mi fortaleza es la Lengua de Señas Mexicana ―escucho la voz de Luz, quien traduce con rapidez; sus oraciones tienen diferentes tonalidades, casi idénticas a los gestos de Ernesto―, después el español, después el inglés, después la Lengua de Señas Americana, y así he convivido con otros sordos de Latinoamérica, he ido a congresos y reuniones y entonces ahí es donde voy aprendiendo de sus señas. También he tenido formación en la lengua de señas internacional. He ido a cursos a Japón, Argentina, pero cada que encuentro capacitación en algún lugar voy para aprender. Yo sé 12 idiomas, 10 en señas y los otros dos en lenguas orales, el inglés y el español.
―¿Existen muchas diferencias entre una y otra lengua? ―Ernesto de inmediato asiente y comienza a signar su respuesta.
―Por ejemplo, cuando fui a Japón (al tomar el curso de Formación del Liderazgo de las Personas Sordas), recuerdo que cometí muchos errores, porque las señas eran distintas; entonces lo que hacía era preguntar, pedía las señas. Otro ejemplo es la lengua de señas de la India, ahí viví dos años, y la forma en que ellos hablan de política, de su religión, de la historia de su país es diferente, la forma en que decían Gandhi era distinta a la de nuestra lengua ―dice Ernesto y dibuja las dos señas, como era la mexicana y la hindú―. Entonces al aprender de la convivencia, preguntando, investigando. Las señas se adquieren porque es imposible que vayas aprendiendo por niveles como lo haces con otros idiomas.
Para aprender la lengua de señas en India le sirvió acudir frecuentemente a un café de sordos en Nepal.
La historia sobre sus estudios en India se remonta al año 2008, cuando Ernesto asistió a la tercera Conferencia Internacional Anual de investigación lingüística y de cooperación internacional en la lingüística de la lengua de señas, que contó con la asistencia de usuarios de lengua de señas de todo el mundo y que se celebró en la University of Central Lancashire en Preston, Reino Unido. Él acudió con la finalidad de presentar una propuesta sobre la Lengua de Señas Chicana (Maya) y así elaboró el primer diccionario de esa lengua.
En 2005, Ernesto fue a Yucatán a investigar el pueblo de Chicán, ubicado en el municipio de Tixméhuac, que tiene su propia lengua de señas, totalmente diferente a la mexicana. Aunque se apasionó, se dio cuenta que le hacían falta recursos y que, tristemente, en México no los iba a encontrar para poder viajar y realizar una investigación profunda.
¿Qué hago?, se dijo y comenzó a investigar y descubrió que en Inglaterra sí encontraría el apoyo necesario. Así, hizo todo lo posible por asistir a la conferencia donde se encontró con muchos sordos, profesionistas de todos los ramos: lingüistas, médicos.
―¡Había académicos sordos! Aquí en México no tenemos académicos sordos, no tenemos buen nivel educativo para los sordos ―interpreta Luz del Carmen la emoción y consternación que Ernesto escupe con sus manos.
Ernesto recuerda que desde 1960 o 1970, personas de Estados Unidos habían venido a México a investigar aquella comunidad de Yucatán; atravesaron la jungla para llegar al poblado donde todos usaban la lengua de señas, incluidos los oyentes. Nadie habla ni escucha. Una comunidad en el que la convivencia entre sordos y oyentes es mucha. Pero a los nativos no les gustó el arribo de los extraños, les preguntaban qué iban a hacer con ellos y les pedían que se regresaran. Los echaron del lugar y aquel grupo ya no pudo investigar a profundidad ni documentar la vida de ese grupo maya, lo poco que pudieron indagar lo enviaron a Gallaudet, la única universidad para sordos que hay en el mundo y que se encuentra en Washington D.C., Estados Unidos.
En aquella población vivían 18 sordos, uno murió y quedaron 17; en total son entre 600 o 700, pero el porcentaje entre sordos y oyentes que conocían esta lengua era del 40%, recuerda Ernesto.
A partir de entonces vinieron a investigar de distintos países Estados Unidos, Francia, Canadá. Y al conocer esto, Ernesto también se trasladó al lugar para conocerlo y hacer su propia investigación. Aquel día, la emoción y los nervios lo ataladraron.
―Era muy diferente la lengua, así que me dije: olvídate un momento de la lengua de señas, cámbiate el chip y empieza a aprender esta lengua de señas y entonces la fui adquiriendo. Me llevaron con los sordos, era como mímica. Iban compartiendo, yo les enseñaba la mexicana y ellos la suya. Seguí documentando y entonces dije: yo quiero apoyar este proyecto. Entonces cuando fui a Inglaterra y presentó la investigación de la Lengua de Señas Chicana ―me cuenta reviviendo la experiencia.
También menciona que el caso de la comunidad maya es similar a casos de comunidades con un propio sistema de lengua de señas en Ghana, Turquía, India. Así empezaron a descubrir que había comunidades en lugares no accesibles, por las montañas; no es una lengua de señas natural, es una lengua de señas local.
Desde entonces trabaja en el Comité para el proyecto de la UNESCO sobre las lenguas de señas en peligro de extinción, en un grupo de investigadores dirigido por ISLanDS (Instituto Internacional de Lengua de Señas y Estudios de Sordos) que trabaja en la primera inclusión de la lengua de señas en el Atlas de la UNESCO de las Lenguas del Mundo en Peligro.
_____
De pronto hacemos una breve pausa en la entrevista. Ernesto nos ha pedido unos segundos. Saca de su mochila una botella de agua que le extiende a Luz. Seguro se le ha secado la garganta en casi una hora que no ha parado de hablar. Mientras ella bebe, él lee algunos documentos. Veo que Ernesto es muy dedicado y quiere ser lo más preciso posible. Los nervios han desaparecido.
―Tú piensa, yo me hidrato ―dice Luz con la voz y con las manos. Los tres reímos.
En esos minutos aprovecho para cuestionar a Luz sobre su actividad. Ella aprendió la lengua con la convivencia con la comunidad de sordos. Le llamaba la atención desde pequeña, porque sus abuelos tenían amigos sordos, y ella convivía con ellos. Veía a la intérprete del noticiario de Lolita Ayala y quería ser como ella. Hizo de tesis una propuesta para la comunidad, pero por ser socorrista no se la aceptaron, así que por otros medios elaboró otros proyectos, que incluso la llevaron a convertirse en intérprete en misas.
―La discapacidad está en nosotros, que nos paniqueamos, porque ellos como puedan y como sea se dan a entender ―me dice segura y gustosa.
A la par de nuestra conversación observo a Ernesto. Todo el tiempo está al pendiente de que nuestra comunicación sea clara y eficiente. Así lo veré un par de semanas después que nos encontremos en el coloquio de conferencias con ponentes de toda la república y que él organizó con apoyo del Instituto para la Integración al Desarrollo de las Personas con Discapacidad en el DF (INDEPEDI), en el marco de la celebración del Día Nacional de la Lengua de Señas Mexicana. Todo el tiempo en movimiento para que todos, sordos y oyentes, entendieran los mensajes, los pendientes que la comunidad solicita.
Y enseguida retomamos la charla.
En aquella conferencia en Reino Unido, la ponencia de una mujer hindú le resultó sumamente interesante. Su siguiente objetivo apareció de inmediato: tenía que ir a la India. Allá impartían la licenciatura de Estudios de Lengua de Señas Aplicada y él quería estudiarla.
Después de indagar los costos, ya que su familia no contaba con los recursos financieros, Ernesto descubrió que no era muy caro y se lanzó a la aventura. Estudió dos años, de 2011 a 2013, en Nepal, una ciudad con muchos sordos, no sólo por los que son originarios del lugar, también provienen de China, Burundi, Uganda, Norteamérica, de todo el mundo, para compartir y aprender.
―Conocí a un maestro que se llamaba Mike Morgan, era oyente, pero era muy bueno, sabía 68 idiomas, había viajado por todo el mundo, le encanta Asia, entonces iba y aprendía del lenguaje, iba a las cafeterías, iba adquiriendo diferentes lenguas ―me cuentan alegres Ernesto y Luz.
―¿Tenías profesores oyentes y sordos, entonces?
―Sí, claro, había de los dos, pero todos comunicándose en lengua de señas. Tenía un maestro bastante viejito que hizo un doctorado en Gallaudet, iba y venía, era un maestro muy importante. Había sordos con maestría, con doctorado, varios estudiaban en Gallaudet y se regresaban a la India para seguir dando clases, yo era el único mexicano en la India en ese entonces. Me superé bastante. Aquí en México aprobaron la LSM ―Ernesto frunce el rostro―, pero no hay inclusión, no hay educación inclusiva. La necesitan para que puedan adquirir los conocimientos, en las escuelas normales no entienden, los maestros no saben lengua de señas y los niños reprueban y se deprimen.
En los deportes, los museos, pasa lo mismo, no hay inclusión. Porque la educación para nosotros es diferente, yo soy un sordo, hace falta conocer más de mi identidad como sordo. Yo me fui fortaleciendo y sintiendo orgulloso de mi cultura como sordo.
―Entonces, la educación es el principal pendiente.
―Educación, eso es lo más importante para nosotros. Hacen falta intérpretes. Que capaciten a los intérpretes porque a veces no son profesionales. Hacen falta buenos cursos de lengua de señas, debería haber cursos en las delegaciones. También los sordos necesitamos trabajo. La verdad es que es muy difícil conseguir un trabajo, muchas veces nada más terminamos la primaria, a veces la secundaria. Lo importante aquí es romper la barrera de la comunicación.
_____
Cuando Ernesto terminó de estudiar la licenciatura el Instituto Internacional de Lengua de Señas y Estudios Sordos (ISLanDS) localizado en Nueva Delhi, India, pero que está adscrito a la University of Central Lancashire (UCLAN), en el Reino Unido, se sintió comprometido con su comunidad. Fue todo un reto porque tuvo que estar al mismo nivel educativo que los oyentes, por eso pensó en hacer un proyecto para la creación de la Licenciatura en Estudios de Lengua de Señas Aplicada en las universidades públicas y privadas del país.
Su visión era clara:
―Una licenciatura nos abre las puertas, debemos quitarnos ese estigma negativo. Yo soy sordo, pero puedo trabajar en cualquier posición, no tengo ningún problema que me lo impida ―me dice.
Al regresar de la India tenía un panorama más amplio: Estados Unidos y Canadá van más avanzados en la inclusión; en América Latina, Brasil ya que cuenta con la ley LIBRAS (Lengua de Señas Brasileña) y es reconocida en la constitución. Por eso pensó en crear la licenciatura, porque quiere estandarizar los niveles del aprendizaje de la lengua de señas en México, porque las personas sordas tienen muchas dificultades para incluirse en los sistemas educativos regulares, me cuenta Ernesto y agrega que, por lo general, los jóvenes sordos carecen de un nivel adecuado en el manejo de la lectura y escritura del español, y tampoco poseen el nivel suficiente en Lengua de Señas para acceder a la educación superior.
“No existe a nivel nacional alguna universidad que cuente con instrucción a nivel superior para personas sordas, persistiendo las barreras de comunicación, la carencia de estrategias visuales, la falta de opciones en Lengua de Señas, las limitaciones para contar con intérpretes, el desconocimiento de la pedagogía adecuada y la falta de conocimiento de la Cultura Sorda”, asevera Ernesto en la propuesta de proyecto que ya ha entregado a la UNAM y a la UACM.
Y reitera una premisa: la LSM debe ser a principal competencia de las personas sordas, por eso la importancia de profesionalizarla en un nivel superior, y la enseñanza y manejo del español escrito como segunda lengua.
―Hay sordos que a veces no saben leer. Incluso los oyentes. Por eso la formación profesional de intérpretes de LSM por instituciones de nivel superior es la clave para que la comunidad de intérpretes pueda crecer significativamente y cubrir las necesidades de comunicación de las personas sordas ―expresa a la par que oraliza el mensaje para que yo pueda entenderlo tal cual lo está diciendo.
Por eso, Ernesto solicitó apoyo al instituto en el que estudió, el cual se mostró con toda la disposición e interés en establecer proyectos de colaboración con universidades mexicanas interesadas en desarrollar este tipo de estudios en beneficio de la población sorda.
Claves de la licenciatura propuesta por Ernesto Escobedo.
―¿Cuál ha sido la respuesta de estas instituciones?
―Nos han dicho espérenme tantito. “Es que fíjate que el rector en noviembre se va, y va haber cambios”. Hay otras universidades que han estado muy interesadas. La doctora María Guadalupe García Casanova, coordinadora del Colegio de Pedagogía de la Facultad de Filosofía y Letras, está interesada en el proyecto. Necesitamos mentes abiertas porque esas son buenas para abrirnos más posibilidades ―y ejemplifica con la anécdota de una chica transgénero que obtuvo su título universitario con su nombre de mujer.
Por eso mientras se concreta su proyecto, Ernesto ya imparte el Diplomado de Introducción a la LSM con duración de seis meses, y colabora con una asociación de educación incluyente, en la Universidad de Guadalajara, donde hay una preparatoria para sordos, y están gestionando un proyecto para abrir una carrera.
―¿Cuáles, consideras, son las principales trabas?
―No hay dinero, no hay presupuesto. Pagar a los intérpretes es algo muy caro. Lo único que nosotros queremos es superarnos, capacitarnos. Que las personas conozcan más este proyecto.
―¿Resultaría muy caro implementar la licenciatura?
―La verdad es que sí es caro, comprar materiales universitarios, y son muy caros porque aquí en México no los hay. Hay muchos libros en inglés, pero los sordos no saben inglés, entonces hay que pagar las traducciones de los libros. En el área de Filosofía, los sordos leemos, pero no entendemos, nos cuesta mucho trabajo. Es una habilidad que nos hace falta. Hay palabras que no entendemos, para nosotros es más fácil entender a través de videos, con subtítulos para que nosotros podamos entender. Necesitamos que la comunicación sea accesible.
_____
Un día, sin proponérselo, Ernesto ya era un activista. No sólo porque ha ido a 30 países a aprender sobre su comunidad, su cultura y de la lengua de señas (sociolingüística y metalingüística), sino porque ha impartido conferencias por todo el mundo y ha sido representante de la comunidad en diferentes eventos.
Incluso desarrolló el primer diccionario de Lengua de Señas Mexicana que se encuentra en la webWikisigns. Una página para crear y compartir diccionarios de lenguas de señas del mundo, porque no todas las lenguas cuentan con uno. La diferencia de Wikisigns a otros diccionarios web, es que en WikiSigns las señas las hacen los voluntarios y se distribuyen gratuitamente y es de uso libre.
Dentro de los eventos en pro de la comunidad de sordos que Ernesto organizó este 2015 se encuentra el Primer Círculo de Profesores Sordos de Lengua de Señas Mexicana, que se llevó a cabo el pasado 20 de junio, donde se dialogó sobre la manera en que puede ampliar la enseñanza, cómo enseñar dentro de las aulas, qué actividades. Y el pasado 26 de junio, el Primer Encuentro Nacional de Sordos y Sordas LGBTTTI (Lesbianas, Gays, Transexuales, Travestis, Transgénero e Intersex).
Él se describe a sí mismo como una persona que no le gusta dejar las cosas y le gusta cumplir los retos que se le presentan y los que él se impone.
―Me gusta la lingüística, los idiomas, la comida ―y todos reímos―. No quiero tener barreras, quiero estar abierto y superarme. Mi mamá se siente muy orgullosa, enseña con la familia y conocidos mi título. Le enseño a mi mamá y a mi hermana a aprender lengua de señas ―porque aunque Ernesto tiene aparatos auditivos que le permiten sentir la vibración del sonido, de ninguna manera como si escuchara normalmente, prefiere casi no usarlos porque se siente incómodo―. Simplemente mi mundo es diferente, cuando no puedo entablar una mejor comunicación con un oyente solicito un intérprete.
Por eso no se detiene.
―Nos han dicho espérenme tantito. “Es que fíjate que el rector en noviembre se va, y va haber cambios”. Hay otras universidades que han estado muy interesadas. La doctora María Guadalupe García Casanova, coordinadora del Colegio de Pedagogía de la Facultad de Filosofía y Letras, está interesada en el proyecto. Necesitamos mentes abiertas porque esas son buenas para abrirnos más posibilidades ―y ejemplifica con la anécdota de una chica transgénero que obtuvo su título universitario con su nombre de mujer.
Por eso mientras se concreta su proyecto, Ernesto ya imparte el Diplomado de Introducción a la LSM con duración de seis meses, y colabora con una asociación de educación incluyente, en la Universidad de Guadalajara, donde hay una preparatoria para sordos, y están gestionando un proyecto para abrir una carrera.
―¿Cuáles, consideras, son las principales trabas?
―No hay dinero, no hay presupuesto. Pagar a los intérpretes es algo muy caro. Lo único que nosotros queremos es superarnos, capacitarnos. Que las personas conozcan más este proyecto.
―¿Resultaría muy caro implementar la licenciatura?
―La verdad es que sí es caro, comprar materiales universitarios, y son muy caros porque aquí en México no los hay. Hay muchos libros en inglés, pero los sordos no saben inglés, entonces hay que pagar las traducciones de los libros. En el área de Filosofía, los sordos leemos, pero no entendemos, nos cuesta mucho trabajo. Es una habilidad que nos hace falta. Hay palabras que no entendemos, para nosotros es más fácil entender a través de videos, con subtítulos para que nosotros podamos entender. Necesitamos que la comunicación sea accesible.
_____
Un día, sin proponérselo, Ernesto ya era un activista. No sólo porque ha ido a 30 países a aprender sobre su comunidad, su cultura y de la lengua de señas (sociolingüística y metalingüística), sino porque ha impartido conferencias por todo el mundo y ha sido representante de la comunidad en diferentes eventos.
Incluso desarrolló el primer diccionario de Lengua de Señas Mexicana que se encuentra en la webWikisigns. Una página para crear y compartir diccionarios de lenguas de señas del mundo, porque no todas las lenguas cuentan con uno. La diferencia de Wikisigns a otros diccionarios web, es que en WikiSigns las señas las hacen los voluntarios y se distribuyen gratuitamente y es de uso libre.
Dentro de los eventos en pro de la comunidad de sordos que Ernesto organizó este 2015 se encuentra el Primer Círculo de Profesores Sordos de Lengua de Señas Mexicana, que se llevó a cabo el pasado 20 de junio, donde se dialogó sobre la manera en que puede ampliar la enseñanza, cómo enseñar dentro de las aulas, qué actividades. Y el pasado 26 de junio, el Primer Encuentro Nacional de Sordos y Sordas LGBTTTI (Lesbianas, Gays, Transexuales, Travestis, Transgénero e Intersex).
Él se describe a sí mismo como una persona que no le gusta dejar las cosas y le gusta cumplir los retos que se le presentan y los que él se impone.
―Me gusta la lingüística, los idiomas, la comida ―y todos reímos―. No quiero tener barreras, quiero estar abierto y superarme. Mi mamá se siente muy orgullosa, enseña con la familia y conocidos mi título. Le enseño a mi mamá y a mi hermana a aprender lengua de señas ―porque aunque Ernesto tiene aparatos auditivos que le permiten sentir la vibración del sonido, de ninguna manera como si escuchara normalmente, prefiere casi no usarlos porque se siente incómodo―. Simplemente mi mundo es diferente, cuando no puedo entablar una mejor comunicación con un oyente solicito un intérprete.
Por eso no se detiene.
―Nos hacen falta muchas cosas en nuestra lengua.
Y quizá lo único que le falta a Ernesto es vivir en su Deaf’s Land (Tierra de sordos), nos dice Ernesto oralizando. Escucho perfectamente la expresión en inglés, aunque el sonido es muy parecido a lo que él me dijo cuando nos encontramos en el metro.
―¿Tierra de sordos? ¿En dónde? ―pregunto.
―Gallaudet ―me dice de inmediato Luz sin interpretar a Ernesto. Él comienza a contarme la historia.
En 1856, un hombre llamado Amos Kendall donó dos hectáreas de su finca en el noreste de Washington, DC para establecer una escuela y vivienda para 12 personas sordas y seis estudiantes ciegos; pero no se quedó ahí, pues aquel hombre persuadió al Congreso estadounidense para incorporar la nueva escuela que recibió el nombre de Instituto Columbia para la instrucción de sordos y ciegos. Así, Edward Miner Gallaudet, hijo de Thomas Hopkins Gallaudet, fundador de la primera escuela para los estudiantes sordos en los Estados Unidos, se convirtió en superintendente de la nueva escuela.
El Congreso también autorizó a la institución conferir títulos universitarios en 1864, y el presidente Abraham Lincoln firmó el proyecto de ley. Gallaudet se hizo presidente de la institución, incluyendo la universidad, que ese año tenía ocho estudiantes matriculados. Presidió la primera apertura en junio de 1869 cuando tres jóvenes recibieron diplomas. Sus títulos fueron firmados por el presidente Ulysses S. Grant, y hasta hoy los diplomas de todos los graduados de Gallaudet son firmados por el presidente de Estados Unidos en turno.
En 1894 el nombre de la institución fue cambiado a Gallaudet College en honor de Thomas Hopkins Gallaudet y por medio de una ley del Congreso en 1954. Y varias leyes en los años posteriores crearon dentro de Gallaudet lo que en México equivale a una primaria y secundaria para sordos.
Finalmente, el colegio fue conocido como Universidad en 1986 y con el nuevo nombramiento, dos años más tarde, tuvo una nueva revolución: el movimiento Deaf President Now (Presidente Sordo Ahora) logró la designación del primer presidente sordo de la Universidad.
―Hay todos los niveles de educación. La convivencia es internacional, porque hay gente sorda de todo el mundo. Hay muchas carreras: psicología, artes y un largo etcétera. Deaf’s Land ―nos cuenta emocionado Ernesto, Luz y yo estamos sorprendidas.
―¿Qué te faltaría hacer, Ernesto?
―Me gustaría estudiar un doctorado, de lingüística o en estudios de sordos, porque los sordos podemos aspirar a todo, a puestos directivos. También me falta viajar más ―mueve las manos más relajado, ya le he dicho que estamos con las últimas preguntas―. ¿Sabías que en África hay dos países (Uganda y Sudáfrica) en donde hay diputados sordos? En Hungría hay tres diputados sordos, en la Unión Europea hay dos sordos dentro del parlamento, en Uruguay hay una persona ―y bufa con las manos al aire. ¿Cuánto se ha hecho en otros países por la comunidad de sordos?, pienso.
―¿Estudiarlo en Gallaudet?
―¡Sí! De momento es muy caro para mí. Sale como en 250 mil pesos para la maestría; tienes que pagar dormitorio, comida, todo. Es caro para un extranjero. Pero es una facultad muy grande, hay sordos y oyentes, maestros y alumnos, pero todos hablan con lengua de señas. Es una gran academia.
Y recrea las imágenes en su memoria: una vez pisó aquella institución. Estaba muy emocionado. El día que llegó no pudo dormir y se levantó muy temprano para conocerla completa. Desde que era un niño y conoció todo el mundo de los sordos, supo de su existencia. Durante una semana recorrió el campus y sintió que todo era posible para sus iguales.
Y quizá lo único que le falta a Ernesto es vivir en su Deaf’s Land (Tierra de sordos), nos dice Ernesto oralizando. Escucho perfectamente la expresión en inglés, aunque el sonido es muy parecido a lo que él me dijo cuando nos encontramos en el metro.
―¿Tierra de sordos? ¿En dónde? ―pregunto.
―Gallaudet ―me dice de inmediato Luz sin interpretar a Ernesto. Él comienza a contarme la historia.
En 1856, un hombre llamado Amos Kendall donó dos hectáreas de su finca en el noreste de Washington, DC para establecer una escuela y vivienda para 12 personas sordas y seis estudiantes ciegos; pero no se quedó ahí, pues aquel hombre persuadió al Congreso estadounidense para incorporar la nueva escuela que recibió el nombre de Instituto Columbia para la instrucción de sordos y ciegos. Así, Edward Miner Gallaudet, hijo de Thomas Hopkins Gallaudet, fundador de la primera escuela para los estudiantes sordos en los Estados Unidos, se convirtió en superintendente de la nueva escuela.
El Congreso también autorizó a la institución conferir títulos universitarios en 1864, y el presidente Abraham Lincoln firmó el proyecto de ley. Gallaudet se hizo presidente de la institución, incluyendo la universidad, que ese año tenía ocho estudiantes matriculados. Presidió la primera apertura en junio de 1869 cuando tres jóvenes recibieron diplomas. Sus títulos fueron firmados por el presidente Ulysses S. Grant, y hasta hoy los diplomas de todos los graduados de Gallaudet son firmados por el presidente de Estados Unidos en turno.
En 1894 el nombre de la institución fue cambiado a Gallaudet College en honor de Thomas Hopkins Gallaudet y por medio de una ley del Congreso en 1954. Y varias leyes en los años posteriores crearon dentro de Gallaudet lo que en México equivale a una primaria y secundaria para sordos.
Finalmente, el colegio fue conocido como Universidad en 1986 y con el nuevo nombramiento, dos años más tarde, tuvo una nueva revolución: el movimiento Deaf President Now (Presidente Sordo Ahora) logró la designación del primer presidente sordo de la Universidad.
―Hay todos los niveles de educación. La convivencia es internacional, porque hay gente sorda de todo el mundo. Hay muchas carreras: psicología, artes y un largo etcétera. Deaf’s Land ―nos cuenta emocionado Ernesto, Luz y yo estamos sorprendidas.
―¿Qué te faltaría hacer, Ernesto?
―Me gustaría estudiar un doctorado, de lingüística o en estudios de sordos, porque los sordos podemos aspirar a todo, a puestos directivos. También me falta viajar más ―mueve las manos más relajado, ya le he dicho que estamos con las últimas preguntas―. ¿Sabías que en África hay dos países (Uganda y Sudáfrica) en donde hay diputados sordos? En Hungría hay tres diputados sordos, en la Unión Europea hay dos sordos dentro del parlamento, en Uruguay hay una persona ―y bufa con las manos al aire. ¿Cuánto se ha hecho en otros países por la comunidad de sordos?, pienso.
―¿Estudiarlo en Gallaudet?
―¡Sí! De momento es muy caro para mí. Sale como en 250 mil pesos para la maestría; tienes que pagar dormitorio, comida, todo. Es caro para un extranjero. Pero es una facultad muy grande, hay sordos y oyentes, maestros y alumnos, pero todos hablan con lengua de señas. Es una gran academia.
Y recrea las imágenes en su memoria: una vez pisó aquella institución. Estaba muy emocionado. El día que llegó no pudo dormir y se levantó muy temprano para conocerla completa. Desde que era un niño y conoció todo el mundo de los sordos, supo de su existencia. Durante una semana recorrió el campus y sintió que todo era posible para sus iguales.